
Un físico, un libro y magia.
El primer libro que recuerdo haber leído entero es El robot que vivía su vida de Philippe Ebly. Apenas recuerdo detalles de él, fue algo que nos pidieron en el colegio y me costó. Sus poco más de 130 páginas con letra no tan grande y algunos —pero pocos— dibujos, asustaban.
¡Pero si habla de robots! —me decía a mí mismo—. Me encantaban los robots y me siguen encantando.
Y así fue como obligado pasaba cada página hasta terminar mi primer libro completo. Me sentí hasta orgulloso, seguramente un suspiro acompañado de un mental «¡Wow, pues he podido!» se produjo en ese instante y la puerta pesada de la lectura dejó ver un hilo de la luz que había tras ella.
Este libro fue la llave y aún conservo el ejemplar.
Algunos años pasaron sin leer mucho pero siempre algo. No sabía buscar libros que pudieran enamorarme, no había internet ni conocía autores… tampoco tenía consciencia que había otros géneros que no fueran ficción. Aunque lo hacía, no me apasionaba leer y tenía épocas vacías de letras.
No siendo tan niño, la editorial Altaya puso en los kioscos y en uno de sus coleccionables a precio ridículo el libro de Einstein sobre la relatividad. ¡Es cortísimo! ¿Seguro que es la edición completa? ¿Habrá más volúmenes? Pues no. ¿Pero cómo puede ser que algo tan complicado y antiintuitivo se explique en la misma cantidad de páginas que el El robot que vivía su vida? Lo compré y lo leí.

Empezar a leer el ensayo de Einstein fue un empujón a la «pesada puerta» de la lectura que le hizo saltar las bisagras. La luz me cegó aunque el libro hablara de su velocidad y no de su brillo… ¡Einstein me está hablando! Se dirige a mí, en primera persona, y lo hace con el cariño con el que mi padre me explicaba cosas de mecánica cuando apenas mis ojos sobrepasaban el capó de nuestro R12.
Con su «El presente librito (…)» y su recurrente «querido lector«, leer a Einstein dejó de ser un libro. Fue algo nuevo para mí, una experiencia en la que podía escuchar a Einstein sin conocer su tono de voz y sentirle cerca, muy cerca, como si en lugar de en mi cuarto estuviéramos charlando en un café. Me convertía en el Bastian (el niño de La historia interminable) dentro de mi libro en el que el mundo de fantasía era algo que lo parece pero no lo es. El tiempo no pasa igual para todos de forma literal y no solo de forma psicológica. Increíble poder entender esto con la misma extensión que ocupa un libro infantil.
¿Magia? Después iremos a eso.
Libros de ensayo científico fueron ocupando más mi tiempo que las novelas, y, algunas, se entendían mejor con los ensayos. Más ensayos y pocas novelas fueron parte de mi adolescencia… mis amistades lectoras compartían opiniones sobre historias de vampiros, fantasía o poesía; era embaucador escucharles, me encantaba, pero ninguno leía Breve historia del tiempo y tampoco pasaba nada.
Mis libros se convirtieron en un placer reservado, tímido, extraño. En mí se quedaban las sonrisas de alguna broma irreverente de Richard Feynman o la ilusión de entender alguna cosa que Sagan, Hawking o Greene habían puesto al alcance de todos.
Con mi madre —la mayor lectora que conozco— expresaba parte de aquello que leía en algunas noches de «habla que te habla» en las que ciencia, religión y espiritualidad se mezclaban por ser más, estos dos últimos, los intereses destacados de ella.
Y la magia está a punto de aparecer…
Escribir es cosa de escritores y la magia de los magos. Todos soñamos con poder conocer a nuestros ídolos, poder estar un ratito con ese actor que dio vida a uno de tus personajes favoritos, esa actriz que te emociona y crees que tiene la belleza con la que Miguel Ángel se inspiraba, o ese roquero pianista al que te gustaría parecerte.
Imagina poder estar de verdad con Einstein. Eso sería magia de la que no existe porque pertenece al mundo de los ojos de tritón, mandrágora, flor de luna o güija; sin embargo, hay magos que hacen trucos indescifrables cambiando los ingredientes a cosas más terrenales. Capaces de escribir el nombre de tu abuelo en una tarjeta sin apenas conocerte o sacar el número de serie de un billete que llevas en la cartera. Bien, pues si los ingredientes son la ilusión, el interés por la ciencia y la lectura, la tele, un libro divulgativo y un científico apasionado; existe un mago que con eso hace que estés con «Einstein».
¡Señoras y señores, aparece en escena Joan Monse y Adrián García!
¿Quién es Joan Monse y quién es Adrián García? Muchos ya lo sabréis, pero para quienes no, os lo diré… dentro de poco.
Solo dejadme que explique antes el concepto que ahora va a tener «Einstein» y por qué antes y ahora lo he entrecomillado.
«Einstein», a partir de este párrafo, representa aquello que si te lo cuentan un año antes de que suceda tomas por loco al narrador. Es aquello que ni se ha pasado por la cabeza como posible y, lo mismo que mi primer libro, también asusta. «Einstein» es vivir la fantasía de Bastian en la Tierra. Es experiencia para el cuerpo y magia, ¡magia!, para el alma. Y estos son sus ingredientes «magicoposibles»:
– Primer ingrediente: Ver lo que otros no ven.- Alguien pensó que aquellas tímidas y reservadas lecturas pudieran tener algo más.
– Segundo ingrediente: Tomar el riesgo de probar.- ¡Francis, vente con el Dr. Mulet a comentar sobre la cuántica del Dr. Sans Segarra!
– Tercer ingrediente: Crear un espacio de libros en televisión.- Hay que estar «chalatis» o ser un temerario o un genio para hacer algo así en 2025. O ser mago y tener clarividencia para saber que algo bueno puede salir de ahí.

Joan Monse es el mago; y lo es de verdad no en sentido figurado. Tiene espectáculos de magia psicológica, es pianista, y sobre todo, un gran comunicador con personalidad propia y capacidad de provocar emociones que no dejan indiferente. Puede ser tan potente como el legendario Kraken y al mismo tiempo tener la sensibilidad y empatía necesaria para hacer sentir cómodo a quién le despierta interés.
La magia requiere necesariamente de la complicidad que se forja entre el ilusionista y el ilusionado. Un truco, un libro o una película, funciona al sentirnos parte de ello. Colaboramos en el juego del mago sin darnos cuenta, nos absorben las palabras de lo que leemos, o creemos lo que vemos en la pantalla sin pensar que están actuando. Lector o espectador cerramos el círculo para que el conjunto tenga sentido. ¡Y el resultado nos encanta!
Pues espera, que viene lo mejor.
Érase una vez… una lectura normal, como cualquier otra de las que hemos hablado, tímida y reservada al servicio del placer del lector. Sus palabras se ordenaban formando oraciones que componían un mensaje; un mensaje científico creado por la mano y bajo las ideas de Adrián García. —¡Tachán, aquí está el físico!—.
Adrián García es un físico especializado en sistemas complejos y autor del libro Caos, orden y otras movidas del Universo. Un ser humano curioso, hambriento de saber, amable y con mirada noble que forma parte del «Dream Team» de la divulgación científica en español. Es conocido en redes como «El físico barbudo» y ¿ya nunca podrá afeitarse? Hecho que conlleva a la resignación de su paciente madre.
Y ahora que ya conocemos a todos los personajes, sigamos con el cuento…
La lectura, ensimismada, seguía corriendo y riendo por esas páginas del libro de Adrián en las que la ciencia se acerca con la ayuda del cine, videojuegos y robots. —¡Robots! Todo encaja—. De una forma lúcida y cómplice, nuestra querida Lectura se va enamorando de la escritura, del respeto con la que es tratada, el humor y el aprendizaje.
Lectura y Escritura se dan la mano, una habla y la otra escucha. Juntas se dan sentido y bailan por un mundo sencillo de complejidad… tanto es así, que Lectura piensa en escribir sobre Escritura, reconocerle de forma humilde su valor y de alguna forma, escribiendo, mostrar agradecimiento. Y lo hace.
La magia se está creando.
El agradecimiento escrito llega a ojos de Adrián, padre de Escritura, que suma agradecimiento también escrito que llega al padre de Lectura que con entusiasmo se lo comunica al mago.
Yo, que ahora escribo, soy el padre de Lectura, soy Francis; y dije a Monse:
– ¡Monse, Adrián ha leído mi reseña de su libro y me ha escrito para darme las gracias!

– ¡Invítale al programa! —respondió el sagaz mago.
La invitación se produjo y Adrián aceptó. De ese modo el pasado miércoles 16 de julio de 2025 se emitió el programa en el que la magia de Monse abrió una ventana a la ciencia, a un físico, a un libro, y a mí; un lector introvertido que ha podido hablar de sus libros, de su forma de entender (o ir entendiendo) la ciencia, y que ha podido conocer y entablar conversación sobre su libro con alguien admirable como Adrián García.
A fin de cuentas, solo soy alguien que emplea su sensibilidad como la alfombra de Aladino, a la que paradójicamente subo con libros de ciencia, idealismo platónico, y la ilusión de mi hija, para así viajar —con esta fórmula imposible—, a ese esquivo lugar de la mente en la que se pueden superponer experiencias y sentir que no solo he compartido plató con un físico tan noble y admirable como Adrián, sino que gracias a los tres: Monse, Adrián y yo mismo; aquel adolescente que fui ha podido conocer a «Einstein» sin perder cordura ni razón.
La magia está hecha de curiosidad, conexión humana y la valentía de compartir lo que nos apasiona.
Este es el enlace al programa por si quieres verlo: https://fibwi.live/es/tv/4710
