El emperador de todos los males

Debido al confinamiento que estamos «sufriendo» por el COVID-19, el coronavirus que nos tiene a casi todos en casa, me ha venido a la cabeza… mi sueño.

Lo tengo desde pequeño. Sueño imposible de cumplir para mi capacidad pero no por ello deja de ser apasionante.

Algunos piensan que mi sueño estará relacionado con el cine o la fotografía… o la poesía. La verdad es que tampoco les falta razón porque, a parte de tener relación con todo eso, he tenido, tendré y tengo muchos sueños, pero hay uno, solo uno, que siempre ha brillado por encima de los demás desde que tengo cinco años.

De niño tenía una excelente relación con mi abuelo materno (a mi abuelo paterno no tuve la suerte de conocerlo). Le gustaba el cine, las novelas de oeste, tenía carácter y era guapo. Con cierto aire a Clark Gable. No era muy grande de tamaño, pero para mi, sin duda era enorme, pues era yo el pequeño y admiraba como me trataba. Era su «cachorro» decía, y me hablaba de tú a tú, con respeto, simpatía y complicidad. Me entendía. Era mi abuelo, mi amigo, mi defensor ante otros adultos y me enseñaba, entre otras cosas, a entender aspectos del cine que no comprendía. Ponía a mi alcance el lenguaje del séptimo arte. ¡Y me prestaba su caja de herramientas!

Clark Gable

Se fue cuando «su cachorro» tenía cinco años. No lo entendí. Cáncer de páncreas, oía. Y eso no me permitía ver a mi abuelo. Lo buscaba entre las personas de la calle. No estaba. Odiaba a ese tal «cáncer» ¿Quién me iba a defender ahora? ¿Cómo iba a entender el cine? ¿Con qué iba a fabricar mis robots de tornillos? No era justo y sabía quién era el culpable.

Al poco, quería ser médico y curar a todos los abuelos. Ningún niño debía estar sin su abuelo… Y ese era… es mi sueño. Ese que no cumpliré. No soy médico, ni investigador, ni lo bastante inteligente. Solo tengo ganas y no hace mucho, ese niño de cinco años me dijo: Empieza a leer sobre ello. Infórmate. Conócelo y aprende. Que sea casi imposible, no significa que no debas iniciar el camino.

Así me hice con este libro. Una biografía de una enfermedad. Un relato apasionante por la historia, los avances y la diversidad de formas que adquiere este emperador del mal. Y ese fue el primer golpe que me dio y que voy a explicar.

Soy tímido, de modo que en mi sueño, no aparezco en la prensa como el responsable de vencer al bicho, sino que paso una nota por debajo de una puerta con la solución. Este libro enseña mucho y de forma preciosa como funciona. Tiene un pasaje en el que viajas al lado de una célula cancerígena por el organismo. Es tan bello como aterrador. Te enseña que la ciencia de la inmortalidad está en estas células y otra cosa que aprendí, es que cada tipo de «emperador» requiere una solución distinta.

Ni siendo lo bastante inteligente, teniendo los conocimientos necesarios y la lucidez como para dar ese salto, mi sueño puede ser como lo imaginé. Necesitaría muchas puertas por las que pasar una solución por cada tipo de cáncer que existe.

¿Entonces, ahora qué? Pues a seguir leyendo, a seguir conociendo… y a seguir soñando, pues aunque no sea quien pase la fórmula por debajo de la puerta, aunque no pueda resolver ninguna de estas batallas, a pesar de que puedan derrotarme todos los emperadores y no ser capaz de una proeza como esa, sí lo soy de soñar que todos los niños puedan tener a su abuelo porque incluso ahora, con cuarenta años, y cuando no entiendo algo, a veces, y sin que tenga sentido, siento que es él quien, con cariño y como si tuviera cinco años, me explica la película.

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